Pocos países gozan de una tradición pedagógica tan antigua y
bien establecida como la de Suiza. Ya en la Edad Media, sus grandes Monasterios –tales
como Einsiedeln o St. Gall- constituyeron centros que proyectaban su influencia cultural sobre
toda Europa. Luego suizos como Jean-Jacques Rousseau, el Padre Girard o Pestalozzi, contribuyeron
a cimentar las bases de la educación moderna. Más recientemente, otros grandes
pedagogos como Jean Piaget y Emile Jaques-Dlacroze aportaron nuevos y valiosos elementos a esta evolución.
La importancia que se atribuye en Suiza la educación es fácilmente comprensible: un país que
comprende cuatro culturas europeas y cuatro idioma nacionales se mantiene a merced de un delicado equilibrio interior
entre razas, religiones y tendencias políticas diferentes. Es también sin, duda, gracias a ese carácter
estimulante de un sistema educativo que incita al individuo a superarse, que quince Premios Nobel han coronado a suizos
hasta el día de hoy, es decir la proporción más grande per cápita del mundo.
Esa filosofía es la que impulsa cada año a miles de familias de los cinco continentes a mandar
a sus hijos a perfeccionar sus conocimientos en las escuelas privadas y universidades suizas.
El bagaje intelectual y humano que logren allí adquirir puede llevarlos a estar mayor preparados para hacer
frente a la complejidad creciente del mundo moderno. Además la experiencia que adquieran en un país
que, desde hace siglos, se esfuerza por llevar una política de paz y de conciliación en el seno de
la comunidad internacional puede ayudarlos, una vez en su patria, a convertirse a su vez en defensores de los
grandes valores morales e intelectuales universalmente reconocidos.